Todo llamaba mi atención: la luz, los pájaros, la noche, los sueños, los perros, la mente humana, los sonidos, las plantas, la historia, los insectos, la verdad, el mar, la mentira, los ríos, las estrellas, las novelas rusas y francesas y norteamericanas, la caída del muro de Berlín, los hippies y los panteras negras…
Tuve la suerte de poder leer este libro cuando era un manuscrito en ciernes buscando su edición, hace ya unas cuantas estaciones, y aún recuerdo el enorme magnetismo que me provocó.
Había descubierto no un manuscrito con capacidad de convertirse en libro, que también, sino una narración hechizante repleta de poesía, musicalidad y con mucha hondura. Una joya. Un sortilegio.

Una narración que se escapaba de mi zona de confort centro europea-anglosajona y me devolvía a la tierra, a los mitos paganos caribeños, que yo o bien desconozco en su totalidad o solo he recibido en pequeñas dosis por mi habitual curiosidad de leer todo texto que caiga en mis manos y se sostenga por sí mismo.
Pero a medida que avanzaba en su lectura me iba dado cuenta de que ese texto era mucho más. Abandonaba cliches y bajaba al barro. Cauterizaba el dolor. Porque estar vivo es muchas veces perder y no saber y sangrar y sufrir. Y si se es mujer todavía más.
Es una obra narrativa que parece haberse gestado en las regiones del sueño y nos habla con una prosa llena de murmullos dolientes, y al mismo tiempo resulta cálida, humana, tierna, moldeadora. Como si la autora, al crear esta novela, hubiese trabajado las palabras como se trabaja con el material de la arcilla y luego hubiese soplado aliento sobre los párrafos y estos hubiesen cobrado una energía y un tacto propios.

Las palabras bailaban en mis ojos como figuras danzantes y la exuberante naturaleza de Cuba (y por extensión de todo el Caribe) complementaban el fondo. Me daba igual no captar o no entender algunas referencias. Yo estaba sumergido en un pequeña canoa y todo lo que tenía que hacer es dejarme llevar por la lectura, ni siquiera remar; empujar con los ojos y sentir la inercia del ritmo; permitir que la corriente del río me transportara al lugar que la escritora hubiese elegido.
Me sentía un Hucleberry Finn con su amigo Jim intentando escapar de la esclavitud y del dolor, porque al fin y al cabo todos los parias y los pobres y los negros se parecen en todos lados, en todos los lugares de la tierra, en todas las geografías. Decidí que ese era mi punto de vista para comprender y gozar más la lectura de La mujer de los pájaros. Una lectura femenina y de amores femeninos pero abierta a todas las heridas humanas. Yo era Huckleberry y huía hacia la libertad. Leía las estrellas. O pretendía leerlas. Como siempre pasa con todas las grandes obras narrativas la narración era más inteligente que yo y no se dejaba atrapar en mi red de lecturas y juicios preconcebidos. Huía y volaba como un colibrí; tenía sus propias reglas autónomas.
Hay un nacimiento como un tumor:
Como un ternero, pensó la cuñada que ayudó a sacar lo que resultó ser una ternera.
O sea, una niña.
O sea, yo, embarrada de sangre y rastros del, hasta ese momento, incorrupto himen de mi madre.
De algún modo, la cuñada ya sabía lo que había pasado durante los nueves meses. En los bateyes donde se amontonan los portales y los patios siempre hay tiempo para saber, entre faena y faena, un poquito sobre la vida de los otros. Los secretos de los otros.
Un tumor.
Nada más nacer ya observa lo que le rodea:
El mundo era un techo lejano, lleno de fisuras, y a veces aparecía una botella suspendida de una mano pulcra, engauantada, sin rostro.
Acunada por cantos paganos comienza a ser y sentirse “una mano llena de peces y corales, de canciones y pescadores, de días soleados y huracanes”. ¿No es acaso esa frase un compendio de la geografía psicosensorial caribeña?
De alguna manera está buscando refundar un mundo: “Dame tu nombre”, y todos los animales y elementos de la naturaleza comparten visión y tragedia, redención y culpa.
Cada salto narrativo va precedido por fotos. Bellísimas fotos que complementan el libro y magnifican su lectura, pues no solo se ciñe a las palabras; es un libro muy visual.

La madre tiene luego más hijos, pero hasta peinando a la protagonista recuerda su nacimiento-tumor: “Tú, más que todos nosotros necesitas esforzarte, limpiarte ante él, porque llevas más de la sangre de tu padre, ¿ves estos pelos? Es la herencia de él, aunque quieras ocultármelo”.
La nacida goza del mar y conversa hasta con los caracoles. Pero algo se presiente en la uniformidad del mundo que presagia nubarrones: “Cuando se tienen seis años una Libreta puede ser la fuente de los mayores terrores”.
A los diez ya lee todos los libros que encuentra y quiere que su padre pueda sentirse orgulloso de ella; “aprender a disparar dos ametralladoras a la vez”. La mujer de los pájaros tiene epifanías, segmentos en los que su naturaleza interior se funde con lo de afuera. Creo que eso está mal expresado por mi parte; en realidad son momentos en los que solo hay una única naturaleza. Lo de afuera es lo raro, lo doliente, lo cruel. Los duendes son unos tramposos.
Poco después reniega. En algún momento “entre la secundaria y el preuniversitario dejaron de provocarme emoción los versos y las alabanzas al hombre nuevo”. La mujer de los pájaros comienza a entonar su propia canción de amor y vida. Dolida y ultrajada ha de reconstituirse a sí misma. Y lo hará volcando su continente interior volcánico, sensual y tierno, sin sentirse por ello sucia.
La narración se vuelve menos onírica y más realista. Entran en escena otros personajes. La vida sigue fluyendo como un río. Los hombres son terribles. Las mujeres no abrazan lo suficiente. Y cuando más perdida y vejada se encuentra comienza a encontrar algo de ternura y un paisaje. Un árbol encima de una montaña. El lugar en el que echar raíces o aprender a volar se encuentra más cerca. Cuando iniciamos un camino siempre hay una evolución, una transformación. Nuestros pies son azadas. Y las transformaciones de La mujer de los pájaros suceden cual epifanías- hechizos, aleteando. “Solo soy una piedra con ojos que no ven, viajando en una canoa”. Es decir, viaja con los sentidos a pesar de sentirse una piedra. Rimbaud caribeña sin ebriedad y sin barco. Porque la verdadera piedra es la vida, en la que se tropieza una y otra vez.
Como se dice en una conversación “la fotografía es química”; pero yo añadiría que la palabra es la alquimia. Y en este esplendido libro (que no voy a seguir desentrañando para que cada lector y lectora lo desmenuze a su gusto) Yordanka Almaguer consigue lo más complicado cuando alguien trabaja con la artesanía de las palabras: crear un mundo propio.
Si en el algunos momentos me sentí leyéndolo como mi adorado Huckleberry Finn con su amigo Jim, en otros me sentí una gota de agua danzante tras el rocío de la noche. Porque la lectura de este universo afectivo y emocional que es La mujer de los pájaros, ora terrible por una parte, ora cauterizador por otra, tiene un poder perceptivo enorme, poético, visionario.
¿O acaso no han sido los pájaros los animales totémicos con los que los seres humanos se comunicaban con los dioses?
Abandonen sus temores y prejuicios como lectores. Leer este libro no es nadar contracorriente, es sentirse parte de esa corriente que fluye. Disfruten de los colores y de sus múltiples hallazgos, de sus corales. No traten de buscar siempre un sentido. En el fondo del corazón humano eso no importa. “de la oscuridad nacemos todos en el mundo”. Gocen de las fotografías que le acompañan a esta hermosa edición; huelan la exuberancia vital que desprenden sus páginas, a pesar de todas las culebras y del dolor. Un sueño social que nunca fue. Otra quimera más a sumar a la lista desde la noche de los tiempos. Paisajes y seres evocados. La farmacia del amor. El mar. La mar. La mar siempre. La orilla de la infancia. Huellas extraviadas en la arena. Corales y conchas marinas… La morfología estilística de un racimo de uvas en cada párrafo.
La ternera sangrante no puede ser un tumor; es una bendición.
Por cierto, la banda sonora corresponde a The Alan Parsons Project pero el diapasón lo pone la autora.
Les dejo con los primeros balbuceos. Para abrirles el apetito lector. Puro maná:
Me despierta una canción, lenta como los barcos que regresan hartos de la mar, tierna como el beso de los animales.
Bellísima reseña de un libro que intuyo que es pura belleza. Yo ya he pedido mi ejemplar y lo espero con muchas ganas. Buscaré el momento adecuado para leerlo, para dejarme arrastrar por las palabras de nuestra Yordanka. Un abrazo.
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Es un viaje sentimental y onírico muy hermoso. Y además no solo hay que gozar de las palabras, sino de las imágenes. Yordanka es una estupenda fotógrafa y el libro va acompañado de imágenes, con lo cual la experiencia lectora se enriquece.
Un abrazo a ti, que también escribes con un inmenso talento.
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Reblogueó esto en Dejé de ser Gorda y Ahora soy… Escritoray comentado:
¡La primera reseña de La Mujer de los Pájaros! ¡Y es hermosa!
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Muchas gracias, Yordanka.
Es muy fácil escribir una aceptable reseña cuando detrás hay un gran libro.
Un abrazo.
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