La inequívoca fragilidad de los mosquitos

«Quizás ahora que soy la única que tiene la boca vacía debería darles las respuestas que tantas horas llevan buscando. Responder, por ejemplo, a por qué no tengo hambre, a por qué estoy tan irascible, y a un buen puñado más de porqués que nos ahorrarían muchísimos disgustos. Sin embargo, es evidente que algunas noticias no deben darse nunca mientras se tengan objetos peligrosos dentro de la boca y ahora mis queridas amigas disfrutan de fabulosas aceitunas aliñadas que el camarero nos ha traído de aperitivo mientras llega la cena. Quizá durante el postre resulte más sencillo«.

La que nos habla se llama Olivia y tiene un “secreto íntimo” que desvelar a sus amigas Victoria, Gádor, Lucía y Julia. Un secreto que puede provocar un cataclismo. Todas han huido de Madrid en coche y se dirigen a Francia. Son amigas desde la escuela, de muchos años, se conocen y saben de qué pie cojea cada una, y ahora están en la antesala de un momento culminante de la novela, tras parar el coche para comer algo, descansar, dormir y proseguir el viaje.

Olivia posee el don de divertirnos a los lectores y es el surtidor y la conciencia de la que parte la novela. Es afilada, divertida, inteligente, y está (como sus amigas) en ese momento de la vida en la que todavía no es demasiado tarde para reinventarse pero ya se arrastran ciertas heridas del pasado, si bien, Olivia es mucho más compleja y ya se ha dado cuenta de que “las preguntas nos hacen sabios, las respuestas hombres vencidos. Y aun así respondo. Necesito volver a estar intacta, olvidarme de que mi éxito no es más que un acompañante de lujo para ayudarme a disimular que después de la infamia nuestro cuerpo empieza a descomponerse”.

La inequívoca fragilidad de los mosquitos es una novela sobre la amistad, y más concretamente sobre la amistad entre mujeres. Los hombres no participan de ese viaje, aunque sí sobrevuelan como mosquitos punzantes. ¿Quién en su vida, independientemente que sea hombre o mujer, no ha deseado en alguna ocasión levantarse por la mañana, recoger a sus amigos y largarse? Road movie a la madrileña, como reproducir a todo volumen esa canción ochentera y enérgica de Christina Rosenvinge de “Voy en un coche”, si bien esta novela tiene más madurez que esa canción de adolescencia, pero encima (y yo creo que eso es lo que la eleva a otras cúspides) está notablemente escrita, con precisión, y es profunda y camaleónica. Olivia, que es un personaje admirable, lo tiene claro, sus propósitos: “el lenguaje justo y la motricidad adecuada, sin excesos ni alardes, deben ser los auténticos anfitriones en este viaje”. Pues no hay mejor confesión para la prosa de Sonia Fides que esa frase entrecomillada, que ejemplifica muy bien la naturaleza prosística de la que fue su primera novela, y que ahora Tres hermanas reedita acompañándola de un hermoso prólogo escrito por Carmen Posadas.

No es habitual que una primera novela esté tan bien pulida. Por lo general, los escritores que comienzan suelen estar llenos de brillantes ideas pero adolecen de cierta desmesura. Quieren contarlo todo, o contar demasiado, y se pierden un poco. Fides, que ya tenía cierta trayectoria cuando escribió esta novela —concretamente dos libros de poemas con buena acogida y algunos relatos recogidos en antologías— estructura y escribe con solvencia La inequívoca fragilidad de los mosquitos, que podría pasar como una obra de una autora consagrada, porque no es fácil escribir este libro, un libro coral, poliédrico, divertido y profundo en apenas ciento ochenta y pico páginas, que se desarrolla tanto en la cabeza de Olivia como en espacios muy reducidos, con frases magníficas y de calado como “la infancia es una piel muerta que siempre abriga y que nunca acaba de caer”, porque aquí cada personaje (recordemos que son cinco amigas) resulta muy bien definido, tienen sus propias características y poseen su propia respiración, pese a que sea Olivia la que lleve (narrativamente hablando) la voz cantante.

Esa frase de la infancia me retrotrajo a la belleza desoladora de una espléndida canción que he escuchado interpretada tanto por Nina Simone como por Janis Joplin. Aquí dejo la de Nina Simone:

https://www.youtube.com/watch?v=5t5IJAIkuUs
 
Antes escribía que era un libro sobre la amistad. Sí, me reafirmo, es un libro sobre la amistad, sobre la amistad femenina, pero también sobre la libertad. La libertad de sentir y de ser y de hacer lo que venga en gana con tu cuerpo y con tu mente, puesto que son tuyos y de nadie más. Esa libertad, sin la cual la vida se convierte en una sucesión de mecánicas anodinas al servicio de otros intereses, no se puede perder del todo, es necesaria de alentar para que no solo no pierda terreno, sino que avance de una puñetera vez. “Me avergüenza vivir en el siglo XXI y ver cómo las mujeres seguimos quietas en el lugar más incómodo de la edad más antigua de la historia de la civilización”.

  Arranquen prejuicios con La inequívoca fragilidad de los mosquitos, que es un libro alegre y profundo; aprieten el acelerador (pero no demasiado) y vayan desprendiéndose de las incómodas picaduras. El final te deja con el corazón encogido, pero a las buenas obras hay que respetarles que nos hagan reír y llorar al mismo tiempo. Ese es un privilegio que domina el arte y ante el cual solo podemos postrarnos.

La vida es un milagro que no se volverá a repetir y, aquí, como escribió Carmen Martin Gaite (en otro título maravilloso), “Lo raro es vivir”. Trascendamos, pues, lo cotidiano. A pie, en coche, en patinete o como quieran o buenamente puedan. Más que llegar a alguna parte lo importante es estar el camino.

Hasta otra.
 
 

El cielo es azul, la tierra blanca

“Estaba mirando al cielo.

Me había sentado en un gran tronco. Toru, Satoru y el maestro habían desaparecido en el bosque. Desde el lugar donde estaba, el martilleo del pájaro carpintero era casi inaudible. Otros pájaros trinaban en su lugar.

La humedad impregnaba todos los rincones. La tierra no era lo único que estaba empapado: las hojas de los árboles, la maleza, los hongos, los innumerables microbios que habitaban el subsuelo, los insectos que se arrastraban por la superficie, los bichos alados que volaban en el cielo, los pájaros que descansaban en las ramas y los animales más grandes del interior del bosque llenaban el ambiente de vida y rebosante humedad”.

Hoy vengo a intentar taponar un gran vacío que tengo de literatura japonesa contemporánea. No es que crea mucho en corrientes literarias autónomas y que respondan a identidades o países. Estoy de acuerdo en esa frase espléndida de Oscar Wilde en que Japón es una gran ficción (como son ficciones todos los países e identidades a mi entender; pero es cierto que Japón, por su aislamiento y su singularidad, ofrece también una cultura muy particular y distinta. Ahora yo ya no sé si eso es extrapolable a la literatura japonesa actual, si tiene algo por la que la podríamos considerar “diferente”.

Entre todo el abanico de autores que podía haber elegido para comenzar a rellenar ese socavón elegí a esta autora. Y la elegí porque vi un libro suyo y sentí un magnetismo de belleza y musicalidad al leer su título: “El cielo es azul, la tierra blanca”, con el subtítulo más genérico y común de “Una historia de amor”. Qué bonito el primero; qué innecesario incluir el segundo.

Pues quizá el título sea lo mejor de la obra.

Luego están los comentarios promocionales que vienen en algunos libros: “La mejor novela de amor de los últimos años”; “extraordinaria”; “lo más bello que he leído en mi vida”. A mí estas exageraciones suelen provocarme todo lo contrario de lo que se busca; pero digamos que en esta ocasión con el título ya me tenían de antemano convencido.

Vamos con la obra en sí: me ha parecido muy simple y trivial, sobre todo en las primeras páginas. Luego ha ido mejorando a lo largo de la lectura y ha acabado interesándome. La protagonista es una tal Tsukiko Omachi que se encuentra con su profesor, un tal Marutsuma Matsumoto, treinta años mayor que ella, al que todo el tiempo llama “maestro”, y se establece una relación afectiva-tabernera-culinaria entre ellos. Digo una relación afectiva-tabernera-culinaria porque esa es la base, y casi siempre sus reuniones se suceden con platos de comida y botellas de sake por en medio. Alguna excursión para buscar setas y algún viaje de desconexión a una isla.

Aquí no hay pasión desbordante ni se desatan situaciones tórridas; tampoco hay seducción por inteligencia, las conversaciones que mantienen son de una simpleza que aburre, tanto que llegué a pensar, mientras lo leía, que en cualquier romance de adolescentes hay más interés y profundidad. No hay crítica social alguna. Se aceptan sin rechistar los roles, pese a que todos los personajes estén absolutamente carcomidos por la soledad y sus vidas sean un naufragio.

Sin embargo, a medida que sigues leyendo te va atrapando. Al fin y al cabo es la vida, con toda su complejidad y narrada con muchísima naturalidad. El clímax creo que sucede en esa isla a la que van en plan de desconexión y en la que acontece una escena de cortejo absolutamente memorable, muy tierna y hermosa, de una espontaneidad sublime. Esas diez o doce páginas son magníficas.

También hay que destacar la sutileza de la prosa de esta escritora. No cuenta mucho, evoca. Crea las condiciones para que el lector atento rellene las situaciones y tiene una leve musicalidad poética. No te cuenta casi nada de los personajes, los vas conociendo a medida que la historia va avanzando. Y eso sí me ha gustado, demuestra oficio e inteligencia. A mí el escritor que me lo quiere contar todo (salvo que sea tan loco como Proust o Víctor Hugo) me hace huir escaleras abajo a toda prisa.

El título —que como escribía me parece muy bello— viene de una estrofa de una “canción para ir a esquiar”, cosa que me ha parecido curiosa, pues igual en el folclore nipón tienen preparadas canciones para cada situación de la vida. Todo demasiado encorsetado, ¿no?

En fin, que ni la sutileza ni la musicalidad ni la naturalidad de su prosa me hace recomendarla muy encarecidamente. Se deja leer y tiene momentos muy notables. Con toda la buena literatura que hay entre Homero y nuestros días recomendar este libro puede ser parecido a inducir a cometer un crimen; pero no del todo, pues, (evidentemente eso que escribo es una broma), la sutileza creadora es una forma de inteligencia, una de las expresiones más puras de la belleza. Y ante la belleza creativa uno solo puede aplaudir.

Lo indudable es que Hiromi Kawakami ofrece algo distinto, de una gran singularidad.

Si bien esta autora comenzó a editarse en Acantilado es la editorial Alfaguara la que, a día de hoy, tiene sus obras en castellano. Casi al acabar la lectura me enteré que en realidad la obra se iba a llamar (o debería llamarse con una traducción fiel) “El maletín del profesor”, tal y como el último capítulo del libro, y que se cambió para la primera edición en castellano. Pues mira, mejor el título actual que «el real», mucho más bonito y evocador. No siempre el marketing se equivoca.

Hasta otra.