Casa desolada, de Dickens

Solemos considerar que un libro es “clásico” cuando supera las barreras del tiempo no perdiendo vigencia entre los lectores; pero esta definición no deja de ser bastante limitada, puesto que no incluye a los que podríamos llamar a los “clásicos de hoy”, ni la que, a mi modo de ver, es otra de las grandes cualidades inherente a los grandes libros: la capacidad de provocarnos transformaciones de calado, el que nos seamos el mismo tipo de lector y puede que tampoco el mismo tipo de persona cuando lo acabemos de leer; que el transcurso de la lectura se convierta en una verdadera Odisea de la que regresamos transformados…, cambiados de alguna manera…, embriagados de éxtasis y eternidad.

Casa desolada de Dickens es uno de esos grandes libros.

Puede que no sea el más agradecido con el lector; puede que incluso sea el más complejo de todos y el que menos utiliza los recursos folletinescos de la época; puede que incluso tenga el más frío de sus personajes principales, Esther Summerson, que nos resulta repelente o muy fría, y no por su velada sexualidad que resulta muy a destacar y valiente para la moral de la época, sino por ese aire de “superioridad moral” que tiene desde muy joven y que no resulta muy creíble. Es verdad que hay jóvenes que maduran muy pronto, pero en este personaje todo me resulta un poco impostado. Aquí lo que de verdad como lector nos seduce es el rompecabezas estructural y el cabalístico universo que refleja, donde todo tiene su razón de ser por más ínfimo que nos pueda parecer en un principio.

Si nuestra novela moderna refleja de alguna manera el estado natural del caos, Casa desolada, por el contrario, refleja el orden y el abuso más absoluto, porque todo está atado y bien atado desde el principio; y el escritor, en un alarde de técnica al intercambiar la primera persona por un narrador omnisciente, nos lleva de la mano por ese Londres neblinoso en el que el orden legal se ha convertido en otra condena más, pues un caso judicial se prolonga durante décadas, Jarnydyce contra Jarnydyce, ante nuestra sorpresa y deleite.

No me extraña que Kafka alardeara de ser un lector voraz de Dickens, pues hay algo en el inglés que prefigura al checo, y Casa Desolada podría ser el germen natural de lo que más tarde se fraguó en El proceso, su pionero natural, puesto que ambos libros son inflexibles en cuanto a cuestionar la pesadilla y la inaccesibilidad que se vive en las instancias judiciales. La justicia, se convierte así, en otro estamento más de perversión y estructura social y su principal cometido no es (valga la expresión) «impartir justicia», como algunos creen ingenuamente, sino velar porque el orden social y jerárquico se mantenga incólume, sin transformaciones sociales. Establecer una quimera de imparcialidad para evitar levantamientos y tensiones y servir de muro de contención. Digamos que (parafraseando a Chesterton cuando habla del cristianismo) la justicia triunfa fracasando.

Como siempre en Dickens la miríada de personajes es impresionante. En la edición que yo tengo, de Alfaguara, no viene un índice de personajes, así que es aconsejable un pequeño cuadernito de notas o alguna aplicación para llevar la cuenta de quién es quién y no perderse. Es verdad que a los personajes principales llegamos a conocerlos bien a lo largo de tantas páginas; pero cuanta más información mucho mejor. Mi preferido de todos ellos es uno de los más excéntricos: el tutor de Esther, Richard y Ada, el señor John Jarndyce, el que se retira a sus aposentos cuando empieza a soplar “el viento del este”. Un hombre bueno pero algo tocado de la cabeza. Y no nos extraña cuando poco a poco se nos va revelando todo el misterio del caso.

Novela lenta pero transformadora y que prefigura la literatura que Dickens podría haber escrito de haber vivido unos cuantas décadas más, como sus libros poco a poco iban ganando en complejidad argumental manteniendo las llamas de la combustión interna de sus personajes. Porque en Dickens, más allá de las vidas de superación de los muchachos y muchachas huérfanas, hay fuego, fuego vital, cenizas y combustiones lentas. Cuenta mucho más cosas de lo que aparenta en una primera instancia.

Casa desolada es, sin duda, su novela más perfecta en cuanto a estructura. Puede que no sea la más querida por sus lectores, porque era imposible volver a seducirles de la manera que ya les había seducido con sus anteriores libros. De todas formas consigue lo primordial: ser una obra inmortal y transformadora, muy enigmática. Todo un clásico envuelto en niebla y combustión, porque la niebla es otro personaje más y no menos importante que el resto. Se te pega a la piel y la sientes compartiendo la lectura contigo.

Hasta otra.