Hubo un jardín, de Valeria Correa Fiz

  “Hay un hombre que arreglaba jardines, y otro que tiene miedo de sus manos. Todos tienen un nombre, todos tuvieron madre, todos tienen un cuerpo como el mío. A veces alguien llora en mitad de la noche. Dios no se ve por ningún lado”.

Elizabeth Bishop- Cita con la que se abre “El invernadero de Eiffel”, uno de los relatos pertenecientes al libro “Hubo un jardín”.

Hay una constante muy enigmático en “Hubo un jardín”, el nuevo libro de relatos de Valeria Correa Fiz. Como si todos sus personajes compartiesen secretos sepultados por el paso del tiempo o bien no revelados en su momento. Es al momento de recordarlos, con una visión adulta, cuando esos secretos (casi siempre urdidos y espoleados por la pobreza, el deseo, o la violencia) se manifiestan. Y lo que se suele extraer de ellos es que el mundo no perdona nada: la vida es dura y terrible en muchos casos; la violencia se lega de generación en generación, tal si fuese una carrera de relevos de esas que se suceden en el atletismo; y nadie escapa al dolor, porque tal y como se afirma en uno de esos relatos “el pasado no se puede corregir”. Está ahí presente, a la vuelta de la esquina, dispuesto a engullirnos.

La estructura de los relatos descansa sobre esa premisa: la revelación última. De ahí que todos nos trasladen tensión y sean de ese tipo de libros en los que la relectura de cada cuento es casi obligatoria para disfrutarlos más, porque detalles o frases que en un principio no parecían que sirvieran más que para que la historia avanzase luego cobran vital importancia, casi decisiva para esclarecer su enigmas a purgar.

Eso en cuanto a la argamasa en la que se sostienen los relatos. Siete en total, por cierto, como los días que necesitó la creación en la morfología judeo-cristiana. Ya que aquí hay una evocación de un jardín perdido (que no paraíso, puesto que en la mayoría de los casos la pobreza y la violencia imperan a sus anchas); pero sí de la inocencia. Lo que yo creo que Valeria Correa Fiz nos quiere señalar es la pérdida de la inocencia. Sexo, violencia, deseos, culpas incapaces de ser soportadas… De ahí que la mayoría de los relatos sean recreaciones de días y vivencias adolescentes.

No sé si los lectores de esta reseña habrán leído a Felisberto Hernández, el escritor uruguayo, porque a día de hoy es un autor (creo) que injustamente olvidado; claro que yo escribo y pienso desde la visión europea y no sé si en Sudamérica sigue estando vigente. Para Valeria Correa creo que sí, puesto que me parece que ambos escritores comparten visiones narrativas, ya que esa recreación de mundos perdidos y cotidianos de la infancia y la juventud (casi siempre en primera persona) creo que bebe mucho de Felisberto, en lo que no es más que un homenaje literario a un grandísimo escritor que debiera leerse más y mejor. Creo, sinceramente, que el uruguayo es su mayor influencia.

Otra cosa a señalar y que me ha encantado es el extraordinario oído que posee Valeria para los diálogos. Sabe captar muy bien la música y la poesía implícita en las conversaciones humanas, incluso de personas muy marginales, y da gusto encontrarse cualquier conversación en sus relatos porque están llenos de vivacidad. En esto también creo que los escritores sudamericanos están a mil años luz de los españoles. Manejan un castellano más rico, más sonoro; saben oír mejor que nosotros y no tienen miedo al ritmo, como tienen muchos autores/as españoles que dan algo de pena con una prosa sin giros, sin sal, sin luz, sin ondas magnéticas gravitatorias… En mi humilde opinión la literatura española (salvo algunas excepciones) adolece de sentido musical, es demasiado raquítica, y, si se me permite la broma, añadiría que también es artrítica y carente de exploración; los sudamericanos, por el contrario, llevan el ritmo zumbando y latiente por todos sus poros. Supongo que a Valeria le ayuda en ese menester proceder del mundo de la poesía, puesto que antes de escribir relatos escribió poesía, siendo el libro “El invierno a deshoras”, publicado en Hiperión, el que ha tenido mayor reconocimiento. Y los poetas, los buenos poetas, tienen muy desarrollado su sentido del ritmo y de la música. Doy gracias por ello, porque en la prosa también se hace poesía y música, pese a que algunos no quieran reconocerlo, y siempre resulta muy agradecido encontrarlo.

La geografía de este libro de relatos se sitúa en Argentina. Creo que casi todos se suceden entre la provincia de Córdoba y la de Santa Fe, preferentemente la última, salvo un relato que sucede en Madrid y lo protagoniza una enfermera argentina (sin titulación) que pone inyecciones por las cercanías del Parque del Retiro. Desde “la provincia invencible”, Santa Fe, Valeria escribe y disecciona su universo narrativo cual si contemplase el interior de los seres humanos desde lo alto de la Torre de Aqualina; claro que su visión es menos capitalina y más rural, más apegada a la tierra y a la naturaleza, menos al asfalto. Me pregunto cuánto influirán las turbias aguas del Paraná. Es un libro sin oficinas y sin funcionarios pero con el horizonte y los ventanales de las casas abiertos, para que entre el aire y la memoria y la luz; pero esta condición de escritora argentina y no muy urbanita (hasta el último y sorprendente relato sucede en el Parque de España, que si no estoy equivocado y no he leído mal pertenece a Rosario) no creo que sea ningún impedimento para que podamos disfrutar con plenitud de su lectura, puesto que su natural condición es la universalidad; y no solo universal en visión y en el escalpelo narrativo, sino también en sentido corporal y sensorial, como si los cuerpos, aparte de tener memoria implícita, nos definiesen y explicasen tanto o más que nuestro lugar de nacimiento.

La prosa de “Hubo un jardín” se ha esculpido con la mente y con la memoria, por supuesto que sí, pero también con el cuerpo, con los sentidos. Hay algo muy intuitivo en su forma de concebir la literatura, por lo menos en este libro que es el único que hasta el día de hoy yo conozco. Ojalá siga adentrándose en esa fisonomía prosística, no tan explorada por lo común, porque no solo se escribe con la cabeza sino también con el cuerpo, las sensaciones, los olores, el tacto, etcétera. Hay una región de libertad creativa muy poderosa que se puede alcanzar si se sueltan las amarras y nos olvidamos del lugar en el que tenemos situados los pies y la cabeza, más allá de la simple linealidad temporal que Valeria aniquila por su propia voluntad. Aunque se suela pagar un alto precio por ello en la literatura hay que ser valientes, como lo ha intentado ser Valeria Correa en este libro, y “el tiempo y el espacio son unidades de medida a destrozar”.

Diseccionen cualquier párrafo o frase de este libro (hermosamente editado por Páginas de Espuma) y descubrirán que tienen “vida propia”. Pongamos un ejemplo, no tan al azar: “Pensar diferente, lo sé ahora, es una de las formas más profundas de la soledad”. Aparte de ser una afirmación magnífica y muy acertada no hay escritor que no vea potencialmente ahí flotando el germen de otro relato o la sustancia desde la que partir para construir toda una novela.  Los personajes de Valeria observan su propio pasado desde la distancia que les aporta el paso de los años; desde la confirmación que la naturaleza puede ser nido y ataúd; el conocimiento una inmersión por territorios abisales y los jardines humanos torres defensivas que nos construimos para seguir en la brecha.

  Pongo otra: “La luz y la oscuridad, lo comprendo ahora, puede habitar un mismo pliegue”. Para mí esta es la frase más honda de este libro, porque me retrotrae como a la presencia de un conocimiento sufí, místico, profundamente bello y conocedor hasta el tuétano de la amplitud de la vida, de todos sus vericuetos, del paso del tiempo y lo inabarcable del universo. Algo así como un principio de sabiduría ancestral.

Por último una recomendación: si tienen la oportunidad lean este libro en voz alta, sin complejos y entonándolo con tranquilidad. Declamen de viva voz y que los vecinos (si los tienen) murmuren lo que les venga en gana. Disfrutarán mucho más de la experiencia.

Hasta otra.